La selección española de fútbol: un ejemplo del proceso para convertirse en leyenda

 

Hace años, en un curso de formación, Robert Dilts nos explicó la diferencia entre un campeón, un héroe y una leyenda.

 

Un campeón es alguien que lucha por un ideal y todo el que se opone a él trata de destruirlo o dominarlo con su ego.

 

El héroe por el contrario es un ser humano normal al que la vida le llama para afrontar una circunstancia extraordinaria. Este héroe trabaja en un nivel superior de consciencia y no se afana por convencer a los demás sino que aprende a luchar, tanto interior como exteriormente, para desafiar a sus miedos: la frustración, la culpa, la ira, el sentimiento de inferioridad, las dudas. Lo que hay que comprender en este punto es que lo que realmente hace de algo un miedo insuperable es la propia relación con ello. Me refiero a que somos nosotros interiormente los que “elegimos” y nos aferramos a las ideas: “soy inferior”, “es mi culpa”, “yo no puedo”. Y hasta que nosotros mismos no nos transformemos interiormente esas ideas no cambiarán tampoco. Cuando el héroe aprende esto comienza a crecer y a despejar el camino hacia el triunfo y la paz interior.

 

Por último, leyenda es una palabra que procede del latín medieval que se usaba con el significado de “algo” para ser leído y aprendido. Va más allá del campeón y del héroe. La leyenda trasciende lo anterior y se eleva por encima del cuerpo, la mente y el espíritu para ser recordado de generación en generación. Es algo grandioso, inigualable, extraordinario.

 

Todo este cuento del campeón, el héroe y la leyenda me recuerda a la evolución de la selección española de fútbol a lo largo de la historia.

 

Durante años hemos estado heridos por el gol fallado por Cardeñosa ante Brasil en el Mundial de Argentina 78, por la actuación desastrosa en el Mundial del 82 en casa, por la fatídica tanda de penaltis ante Bélgica en el Mundial de México 86, por la eliminación en octavos ante Yugoslavia en Italia 90. También nos sentimos tremendamente heridos en el Mundial del 94, cuando tuvimos la clasificación para semifinales con la ocasión de Julio Salinas y posteriormente Baggio nos metió el gol de la victoria italiana en el minuto 87. En Francia 98 no pasamos de la fase de grupos y en el Mundial de Corea 2002 tampoco pudimos curar nuestras heridas. Es más, se hicieron más profundas cuando el árbitro egipcio Al-Ghandour se empeñó en ayudar a Corea a clasificarse para las semifinales de su Mundial. El Mundial de 2006 en Alemania tampoco cambió nuestra suerte y tras una clasificación previa brillante, caímos en octavos ante una Francia que no respetamos ya que se la tildó de “vieja y acabada”.

 

Pero la historia nos tenía preparado un guión escrito por el aficionado español más optimista del mundo. En esa película España ganaba la Eurocopa del 2008 ante Alemania. Empezamos a tener recursos y a utilizarlos en los momentos más difíciles. Las heridas se iban curando.

 

En Sudáfrica 2010, estos campeones se convirtieron en héroes. Con Vicente del Bosque a la cabeza, ya no nos preocupamos de convencer a los demás. Ahora nuestra lucha era interior. Nos teníamos que convencer a nosotros mismos. Un equipo de personas normales se enfrentaban a algo extraordinario: ganar por primera vez un Mundial de fútbol.

 

En el Mundial del 2010 vencimos todos nuestros miedos y los transformamos para crecer, conseguir el triunfo y la paz interior. Los recursos para afrontar la competición estaban perfectamente asentados y el entrenador y los jugadores los utilizaban con facilidad. Las heridas estaban cicatrizadas completamente.

 

El guión del aficionado español más optimista del mundo no había acabado. Todavía faltaba ir más allá que el campeón y que el héroe: convertirnos en leyenda. Es decir, hacer algo histórico, algo que iba a ser recordado de generación en generación: esto era ganar por primera vez en la historia una Eurocopa (2008), un Mundial (2010) y una Eurocopa (2012). La deseada triple corona estaba a nuestro alcance. Ningún equipo, ni la Brasil del 70, ni la naranja mecánica del 78 (Holanda), ni la Alemania del mítico Beckenbauer, ni la Francia de Zidane, lo había conseguido.

 

Después de la Eurocopa de 2012 estábamos totalmente sanos. Al final, como en la vida, si se ve desde el prisma correcto, las heridas son dones que hay que experimentar para poder transformarnos, aprender y progresar.