El otro día hablaba con un amigo de la importancia que tenía aprender de la vida. Es evidente que en el mundo en el que vivimos se evalúa constantemente de forma cuantitativa y que para encontrar un trabajo o hacer un currículum vitae se valora tu formación académica y los títulos.

Evidentemente es necesario y tienes que formarte y capacitarte si quieres ejercer cualquier profesión. Pero hay otras cosas, lo que se llama ahora las “soft skills”, que son cada vez más importantes o demandadas. Son todas esas competencias y rasgos personales que pueden ser innatas o se pueden aprender de la vida: como interaccionas con las personas, como te comunicas con ellas, como utilizas tu creatividad, como te adaptas a los cambios.

Afortunadamente con el tiempo las personas, y los deportistas, van adquiriendo estas “habilidades blandas” y creciendo tanto personal como profesionalmente. A un deportista profesional le ponía el ejemplo del legendario jugador de baloncesto de la NBA, Kobe Bryant.

Kobe tuvo la fortuna de llegar muy joven al baloncesto profesional. Con 18 años ya tenía un contrato millonario de publicidad. Pero tenía un problema: era demasiado arrogante y orgulloso para poder aprender y llevarse bien con sus entrenadores y compañeros. No le gustaba ni bajar a comer o cenar con su equipo y se quedaba en la habitación viendo videos de sus rivales para mejorar individualmente. Solo pensaba en él. Y esto le trajo muchos problemas y una gran insatisfacción personal.

Incluso ganando dos anillos de la NBA, se sentía mal y forzó la salida de la otra estrella del equipo para que únicamente brillase él. Cuando su compañero se fue, dejó de ganar títulos y encima el que se fue ganó sin él. Curiosamente la vida le hizo ir aprendiendo y llegó un momento en que todo empezó a cambiar.

Bryant se dio cuenta que para disfrutar de la vida, para sacar la esencia, hay que hacer las cosas junto a otras personas (y mucho más si practicas un deporte de equipo como el baloncesto). Empezó a desarrollar su creatividad junto a sus compañeros, empezó a ser más persuasivo con su ejemplo y sus conductas colaborativas, se adaptó a las situaciones y fue más amable consigo mismo y con los demás, su actitud fue más positiva, empezó a trabajar para él y para su equipo y su ética de trabajo se convirtió en fuente de inspiración para los demás con la “Mentalidad Mamba”.

Después de aprender de la vida, la vida le premió, no con dos títulos más, sino con un legado, una filosofía que quedará para siempre.