Llevo muchos años disfrutando de los Juegos olímpicos, pero hay algo que siempre pienso: Las Olimpiadas unen a las personas.

Es cierto que en la actualidad no son tal y como pensó el barón Pierre de Coubertain. Coubertain creó y fundó los Juegos Olímpicos modernos allá por 1896. El 24 de marzo de ese año el rey Jorge de Grecia pronunció por primera vez una de las frases más conocidas por todos: “Declaro abierto los Primeros Juegos Olímpicos Internacionales de Atenas”. En dichas Olimpiadas participaron 241 atletas masculinos y de 14 países, en el Estadio Panathinaikó.

Aquel ideal Olímpico del barón de Coubertain consistía en una elevación de la mente y el alma que superara las diferencias entre naciones y culturas y abarcara valores como la amistad, la solidaridad y el juego limpio, lo cual contribuiría a crear un mundo mejor y en paz.

Y, aunque esta esencia sigue ahí, en la actualidad el aspecto económico, el marketing e incluso el político, parece que eclipsa el tema deportivo y los valores que transmite.

Sin embargo, los románticos, nos quedamos con esto último, con lo que transmiten los deportistas, sus historias de superación, sus valores y todo lo que une tanto a las personas como a las naciones.

En Barcelona 92 pudimos ver de primera mano lo que era organizar y ver por dentro unos Juegos Olímpicos. Además, como se hicieron muy bien las cosas los resultados, tanto deportivos, como de organización fueron todo un éxito.

Ahí nació mi pasión por las Olimpiadas. Todavía recuerdo a Fermín Cacho en esa última recta para el oro en los 400 metros, el gol de Kiko Narváez en el minuto 90 en la final de fútbol que también nos dio el oro, o esa derrota tan dolorosa en la final de waterpolo con Manel Estiarte y todos sus compañeros destrozados en las Piscinas Picornell, que años después se transformó en aprendizajes y grandes éxitos.

Pero como decía antes, Barcelona 92 unió a las personas. Todos éramos uno, en la victoria (final de fútbol) o en la derrota (final de waterpolo). España salió fortalecida como nación. Demostramos que podíamos organizar exitosamente uno de los eventos más importantes del mundo y salimos reforzados a nivel económico y social. Además, tuvimos un cambio de paradigma, empezamos a pensar que podíamos hacer grandes cosas, tanto a nivel organizativo, como a nivel deportivo.

Cada cuatro años (esta vez cinco), estamos atentos a la televisión, pero a diferencia de lo habitual tenemos la fortuna de ver todos los deportes. Nos emocionamos con los deportistas, sin importar el deporte. Lo que realmente importa son las personas, sus valores y a quién representan.

Espero que podamos aprender y divertirnos mucho en estas Olimpiadas de Tokio. Es una lástima que el Covid-19 no haya permitido celebrar estos Juegos con público, pero seguiremos emocionándonos, vibrando y estando unidos apoyando a los nuestros, recordando que las Olimpiadas unen a las personas.

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