Cuando a un deportista o a un entrenador no le sale nada en el campo se refleja en sus posteriores acciones y su mente empieza a perder el control y la concentración con juicios, críticas y reproches hacia uno mismo o hacia los demás. Parece que cuando entramos en esta dinámica todo se vuelve en nuestra contra y que cada acción desencadena otra peor, conduciéndonos a obtener un resultado negativo o a tener una actuación gris o poco brillante para el nivel que tenemos. El jugador da un mal pase, empieza a darle vueltas a la cabeza y eso hace que a la siguiente jugada tampoco acierte con la acción.

El entrenador pierde los nervios porque ve algo que no le gusta en el campo o porque el árbitro ha pitado algo incorrecto y eso hace que pierda la concentración y no sepa leer bien el partido. En este estado de nerviosismo, es evidente que estas personas no son su mejor versión y pierden capacidad para rendir al máximo. Muchos entrenadores y deportistas saben perfectamente de lo que estamos hablando porque lo han experimentado alguna vez en su carrera deportiva. El problema es que saben que están en ese estado y no saben salir de él.

Pero también hemos experimentado más de una vez en nuestras vidas, como entrenadores o deportistas esa sensación de “estar en racha”, que todo fluye, que todo funciona a las mil maravillas. Y, en vez de estar nerviosos o tensos, lo que nos ocurre es que estamos relajados, atentos y concentrados. En esta situación lo que ocurre es que el cuerpo y la mente se integran juntos y trabajan al unísono. En este momento experimentamos y descubrimos el verdadero potencial que tenemos todas las personas y logramos la excelencia deportiva.

Es lo que profesor Mihály Csíkszentmihályi llamó “fluir”. Cuando ocurre esto, el deportista disfruta de la experiencia, está tranquilo y relajado, está muy centrado en la tarea, percibe el tiempo de una forma distinta a la habitual y es consciente de que algo extraordinario está sucediendo.

Cuando cuerpo y mente se funden e integran para conseguir la meta común todo funciona. De esta forma el deportista siente que está en la “zona”, en esa zona donde todo le sale bien sin costarle demasiado esfuerzo.

Gallwey escribió cómo se siente el jugador cuando está en la “zona”:

“Está plenamente consciente pero no está pensando, ni tampoco está intentando esforzarse demasiado. Un jugador en este estado sabe dónde quiere poner la pelota, pero no se esfuerza en colocarla allí. Esto es algo que simplemente ocurre –y muchas veces con más precisión de la que hubiese esperado-. Este jugador parece inmerso en un flujo de energía que le proporciona más poder y precisión. La racha continúa hasta que el jugador se pone a pensar sobre ella e intenta mantenerla. Apenas intenta ejercer el control, lo pierde”.

Y siempre sucede lo mismo. En el momento en que nos damos cuenta que estamos haciendo algo maravilloso, nuestra mente empieza a intentar que eso dure, deja de estar relajada y lo que estamos es volviendo a separar el trabajo unitario del cuerpo y la mente. Lo que estamos consiguiendo es apagar el interruptor de la fluencia, de esa experiencia cumbre.